por Alonso Núñez del Prado S.*
Los tiempos y el sistema nos han impuesto los valores imperantes, la forma de entender el mundo y nuestra existencia. Hoy en día las personas valen por lo que pesan sus bolsillos y no por lo que son y han aportado a la sociedad en que viven. Todo se hace en función de la economía: se estudia para al terminar trabajar duramente o quizá hacer buenos negocios para ganar el dinero que permita vivir con el mayor de los lujos. Por supuesto, se considera exitoso a quien logra amasar una gran fortuna que, sin que se percate, lo convierte en esclavo de sus posesiones y ansias de poder.
Todo se compra o se vende, incluyendo lo más sagrado, como el amor y la amistad. Los gobiernos son calificados y funcionan a partir de sus logros económicos y así resultan marionetas de ese poder que se las ha ingeniado para penetrar todo el sistema y las instituciones, especialmente, los medios y la prensa, que han olvidado su función de informar para tratar de manipular con descaro a sus lectores, radioescuchas y televidentes. Si algún medio se atreve a ser independiente y a contradecir las verdades económicas de moda es ahogado por las empresas, que dejan de contratar avisos en él y ‘le doblan el brazo’ o lo quiebran en medio de la desesperación de quienes apostaron por la verdad. Detrás de toda esta lógica está el concepto más aceptado en nuestros tiempos: si todos producen y venden más, el Producto Bruto Interno (PBI) crece y el país o el mundo está mejor. De esa manera quienes indirectamente gobiernan y deciden son las industrias, el sector financiero, el comercio, etc. que crean trabajo y que ‘logran’ reducir la pobreza hasta el punto de ser la panacea y la solución a todos los males.
Resulta, entonces, cierto aquello de ‘la civilización del espectáculo’ en que lo importante es vender, sin tener en cuenta el contenido. La libertad de las mayorías, abiertamente manipulada por la publicidad, es ensalzada como valor primordial y así tenemos que el Premio Nobel, usualmente otorgado al esfuerzo de toda una vida, es monetariamente inferior al que gana un deportista o una estrella de cine en pocas semanas. De allí se pasa a considerar absurdo que un hijo estudie filosofía, antropología, música o física y más bien se le incita a que sea un gran deportista o empresario, porque allí se gana mucho más dinero. Y como éste es la felicidad o se le parece mucho… ese es el camino.
En el campo jurídico una de las escuelas más de moda es la del ‘Análisis económico del Derecho’ (Law & Economics) que ha logrado que se olvide la Justicia como valor principal. Por supuesto que tienen una explicación: el bien social pasa por el sacrificio de unos pocos que tienen que sufrir las consecuencias, como la viuda que es desalojada de su casa para que no cunda el temor de alquilarle a otras viudas. En general, la idea del hombre como fin y nunca como medio queda olvidada desde esta perspectiva, cuyos defensores usando argumentum ad verecundiam (de autoridad) o Magister dixit citan con frecuencia a economistas y casi nunca a filósofos.
El hombre o la mujer como seres humanos encaminados a su realización personal como parte única e irremplazable del grupo en que viven y la satisfacción de vivir dando y mejor entregando la vida, ha quedado en el olvido o en la conciencia de unos pocos apabullados por la economización de la vida y por una muchedumbre que los considera idealistas y soñadores.
San Isidro, 27 de diciembre de 2012
* Magíster en Filosofía, CVX Siempre
Publicado en la Revista Ideele (229) en mayo de 2013
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